Despertar en Antibes

Entre las páginas de un diario, un relato poético ambientado en la atmósfera de Divina Collection, la Special Edition inspirada en el refinado mundo visual de la época Deco.
Glamora Diary Inspirations Divina Collection Despertar en Antibes
14 de mayo de 1927, Villa Eilenroc, Cap d'Antibes
Bonjour Ivresse…
Estas mañanas perezosas en Antibes me han enseñado a abrir los ojos lentamente. A estirarme entre las sábanas. Busco el polvoriento rayo de sol que se insinúa entre las cortinas y hace brillar los rojos y dorados de la alfombra de seda que descansa sobre el blanco veteado del mármol botticino. Hundo mi cara en la almohada y huelo todavía las notas que quedan de mi perfume.
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La rosa, el tabaco, el pachuli… Es una danza olfativa lenta y surrealista que me acompaña al despertar. Es el único momento tranquilo, antes de que todo empiece.
Cada día es un descubrimiento, una carrera, una sucesión interminable de ritmos diferentes. Las rutas en coche en el Corniche, el aire fragante acariciándome el rostro, el sol, la sensación desconocida de que todo es posible. En resumen: la libertad. Y el futuro que invade el presente, con el rugido de los motores, los aviones que sobrevuelan la costa en su trayecto hacia París. Mi idea del mundo queda desenfocada ante la voracidad del progreso.
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Desde el jardín me llega la voz melodiosa de Anais. Me pongo la bata de seda cobriza, observo una última vez en la penumbra la delicadeza de los dibujos sobre las paredes, abro las vaporosas cortinas y la ventana: una geometría de hierro y vidrio alta y amplia, que mete el mundo entero dentro de mi habitación.
Anais me saluda sonriente, feliz. Va vestida de blanco, un vestido de seda color crudo envuelve su cuerpo menudo. Un sombrero enorme la protege del sol. Desde el interior de la casa se escuchan las notas de una trompeta y un piano, y Anais se levanta. Me hace señas para que me una a ella, haciendo como que toca, y se lanza a bailar algunos pasos de Charlestón alrededor de las escaleras de mármol de la piscina, entre risas. Su boca es roja, pequeña, perfecta.
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Me siento en el tocador de madera lacada. Parece una escultura. Tengo claro lo que voy a ponerme: los pantalones envolventes color bronce y el chaquetón marinero en el que se trenzan hilos dorados en una geometría obsesiva. La ropa interior de color rosa empolvado queda perfecta con mi piel clara. El color maquillaje, el rojo de las mejillas. El pintalabios transforma mi boca haciendo que florezca.
Me arreglo el flequillo, el cabello me enmarca la cara con una simetría impecable. Alargo mi mirada con el lápiz de ojos. Me miro. Estoy perfecta. Estoy divina.
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